Tremenda, única, emotiva. Jugada con nervios, bien de a ratos, mal de a ratos. Con un ritmo tremendo y por momentos no tanto. Con furia y con calma. Que hay penales, que no los hay, que hay penales otra vez. Con muchísima gente colmando las tribunas. Definida por penales finalmente, con el Naranja otra vez campeón.
Todo eso y mil adjetivos y explicaciones le caben a la final del año que se jugó en la cancha de la Academia. Los dos Atlético definieron el título de la Liga de fútbol. Y fue una gran final, que quedará en la retina de todos y en el corazón de los de Ameghino.
La derrota en casa obligó a los dirigidos por Daniel Balmaceda a salir con todo, un gol abajo en la ida había que remontar. Todavía seguía entrando gente a la cancha y ya se había movido el marcador: antes del minuto penal a favor. Y Leonardo González, Leo, se hizo cargo y puso el 1 a 0. Todo estaba igualado. Atlético Villegas sintió el golpe, se desordenó y dudó. Leo casi clava el segundo y todo era a pedir de la visita.
El ritmo se volvió frenético, las pulsaciones a mil. Iban unos y respondían otros. Y en la tarde de los penales, hubo uno para el local. Y Nahuel Álvarez marcó el empate. Ahora el campeonato quedaba en Villegas.
Los nervios cambiaron de lugar en la cancha y en las tribunas. Se tranquilizó la Academia y se apuró Atlético Ameghino. Por un lado, Leo hizo revolcar a Claudio Castillo. Por el otro, Jesús Larrea complicó por izquierda cada vez que quiso.
El local firme en defensa, con tres marcas personales (una rareza en estos tiempos) sobre los habilidosos de la visita. Los de Ameghino tratando de construir algo. Pero no estaba sencillo, y se fueron al descanso.
Como cada vez que hizo falta, Balmaceda metió variantes y dejó tres en el fondo. Le dio pista a Ignacio Sinegub y no se equivocó. El joven ameghinense no jugaba desde el 30 de abril de este año. Una lesión primero y otras cuestiones después lo alejaron de las canchas. Volvió para la final y jugó un gran segundo tiempo. Y a los 17 minutos metió el cabezazo goleador. La carrera loca de Sinegub tuvo un destinatario: Balmaceda. Fue una forma de agradecerle por permitirle volver. Otra vez el Naranja arriba, otra vez a los penales.
Se sacudió la modorra el local y salió de la comodidad en la que estaba. Y lo fue a empatar otra vez. Y el palo primero y el travesaño después se lo negaron. Y no sabemos cuantos corazones, de uno y otro lado se habrán alterado.
Pasaron los minutos, el ritmo bajó, pareció que, inevitablemente, se definiría por penales. Lo tuvo dos veces el Naranja y no pudo. Y, como hace un año, otra vez el título se decidió en los penales.
Cuando Castillo le atajó uno a Jesús Díaz explotó el local. Cuando Agustín Barrios estrelló el suyo en el travesaño, renació el Naranja. Terminó igualada la serie de cinco y fueron al uno a uno. A matar o morir. Y mató Julián Sallaber con un toque exquisito a la red. Y murió Joaquín Ferella (un león) cuando Adrián Azcona le atajó el suyo.
Y se desató la locura, la emoción, se fue la angustia y llegaron los festejos. Un año después y en el mismo lugar el Naranja gritó bicampeón. Se abrazaron todos: dentro de la cancha y en las tribunas. Aplaudió la hinchada local la vuelta olímpica. Levantó la Copa Roberto Palacio y luego se la ofrendaron a los hinchas. Después, la caravana Naranja se fue hacia Ameghino. Y se armó otra fiesta.