Guillermo Correa ha tomado la iniciativa de revivir la historia de Barrio Norte. Repasó los inicios del club, los planteles que dieron vueltas olímpicas y las camisetas de diferentes épocas, y ahora llegó el turno de rendirle homenaje a Felipe ‘Patita’ Sánchez, una persona que vivió por y para la institución con sede en calle Lavalle.
Por Guillermo Correa.
Un nombre, una historia, una vida entregada al Club: Felipe ‘Patita’ Sánchez. Descubrí en estas líneas quién fue este verdadero símbolo de Barrio Norte.
Hay muchas personas que han pasado por el Club Barrio Norte y han dejado una huella imborrable. Pero hoy me toca hablar de alguien muy especial: un hombre que nació en el barrio, que mamó desde chico la vida del Club, que fue jugador, colaborador, cantinero, director técnico… y que, sobre todo, acercó a un centenar de pibes a nuestra institución. Ese hombre fue Felipe ‘Patita’ Sánchez, un verdadero emblema verde y blanco.
Nació en mayo de 1932 y, siendo apenas un adolescente, fue testigo privilegiado de los primeros pasos del Club. Eran tiempos humildes, sin edificio propio, con cajones de manzana en lugar de sillas, pero con un entusiasmo que no conocía límites.
Padre de 6 hijos (Ana, Jorge, Nora, Micky, Estela y Felipe), Patita trabajaba en el Molino Fénix y jugaba a la pelota con los muchachos del trabajo. En 1950 se puso por primera vez la camiseta de Barrio Norte… y nunca más se la sacó. Ese mismo año integró el primer equipo de la institución. Formó parte del plantel que ascendió a Primera en 1952, fue campeón de la Copa Falcón en 1955 y protagonista del partido inaugural de nuestra cancha ese mismo año. También fue uno de los campeones del histórico torneo de 1958, el único título oficial de Barrio Norte.
Marcador central, leal y compañero. Capitán del primer equipo. Un exponente de la caballerosidad deportiva. Nunca lo alcanzaron las críticas y siempre fue respetado por compañeros, rivales y la prensa. Jamás tuvo un gesto antideportivo: solo una vez fue expulsado, de manera injusta. Según publicó Tribuna Popular, en un partido frente a Atlético corrió a reclamarle al árbitro una jugada que derivó en gol, sin insultos ni excesos, pero igualmente lo expulsaron. Sus lágrimas aquel día conmovieron a más de uno en la cancha.
Tenía una particularidad: no podía cabecear, pero suplía esa dificultad con una asombrosa habilidad para elevar sus piernas. Sus despejes de chilena, sus voleas y saltos con la pierna bien arriba fueron su marca registrada. Hasta llegó a lastimarse la oreja con su propio botín intentando sacar la pelota. Pero siempre cumplía.
Extendió su carrera hasta 1963, cuando colgó los botines para dedicarse a formar a los pibes del barrio. Por entonces se jugaban los campeonatos de baby fútbol, que eran furor en el pueblo y en las localidades vecinas: América, Fortín Olavarría, Sansinena y González Moreno tenían sus combinados. Equipos como «El Fénix», «Los Cara Sucia», «Los Candomberos», «Los Gurises» o «San Bernardo» reunían multitudes.
En nuestro pueblo, los partidos se jugaban en la “canchita del cura”, al lado de la parroquia San Bernardo. En ese momento el Padre Cura era Segismundo Tejeda. «Patita» —o “Cholo”, como también le decían— dirigía a «El Fénix» (siempre protagonista), compuesto en su mayoría por chicos del barrio y que representaba al Molino donde él trabajaba. Consiguió que la empresa los patrocinara y así el equipo jugaba con camisetas blancas con el logo del ave fénix en el pecho.
Por allí pasaron muchos niños del barrio, entre ellos sus sobrinos y su hijo Jorge, y les transmitió valores, amistad y sentido de pertenencia. Casi todos, con el tiempo, defendieron la camiseta verde y blanca de Barrio Norte.
Los que jugaron en esos años recuerdan con alegría aquellas épocas, la canchita y los duelos apasionados contra «Los Candomberos» de Sansinena, los eternos rivales. En la recordada esquina de «Tito» Echeverría, en una repisa que decía «CABN Baby Fútbol Fénix Club», descansaba una copa ganada por aquel equipo. Esa copa fue recuperada y restaurada actualmente.
Felipe era habitué de esa esquina. Siempre presente para charlar y contar anécdotas con amigos, tomar un aperitivo y compartir algo para comer. Cuentan que «Tito» Báilez le llevaba mondongo y él lo preparaba a la vinagreta para arrimar al Club, donde lo disfrutaban junto al «Vasco», Fernando Lorences y tantos otros.
Tras el cierre del Molino, «Patita» fue cantinero del Club junto a su esposa Nelly, en la sede de Lavalle 131. Siempre con entrega y humildad.
En 1999 fue reconocido por la Municipalidad de Rivadavia por su trayectoria deportiva. Y en 2001, un 8 de mayo, se despidió para siempre de su querido barrio. Pero Patita no se fue del todo: vive en cada historia, en cada recuerdo y en cada pibe que pasó por el Club gracias a él.
Por eso la Escuela de Fútbol de Club lleva su nombre. Porque lo merece. Porque su legado es enorme. Porque Felipe “Patita” Sánchez fue, es y será… Barrio Norte.